Amaina la violencia autonomista en Santa Cruz de la Sierra

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Choques armados en San Julián (oriente boliviano) señalan que los intereses económicos regionales no decartan la violencia contra el gobierno de Evo Morales. En la reunión del Mercosur, Brasil y Argentina apoyaron al presidente.

Mientras en Santa Cruz de la Sierra deliberaban los “cabildos autonomistas”, irregulares opositores trataban de forzar el bloqueo impuesto por seguidores de Morales. Estas acciones amainaron el domingo. Junto con la provincia homónima, el movimento comprende a Tarija y dos departamentos, Beni y Pando. Amén del incipiente separatismo, este y oeste están distanciados a causa de la reforma agraria y el sistema de votación -en la asamblea constituyente- para aprobar reformas.

En realidad, la coalición de empresarios, comerciantes, terratenientes y hasta contrabandistas trata de paralizar la asamblea. La ayuda el escaso control de Morales sobre sus partidarios y su poca experiencia como presidente. También pesa, naturalmente, la borrascosa tradición política de un país geopolíticamente inviable tras perder, en 1883, la salida al mar. Hace 34 años, por ejemplo, funcionarios de Richard Nixon directamente sugerían dividir Bolivia entre sus vecinos,

Sin duda, las presiones por la autonomía o el separatismo no son nuevas. Durante la guerra del Pacífico, hubo ya una rebelión (Andrés Ibáñez, 1876/7), dizque fomentada por Chile. En 1968, era obvio que un régimen militar brasileño fomentaba ideas similares. Hasta el momento y pese a los conatos de violencia, pocos en Santa Cruz de la Sierra hablan de separarse, pues todos respondes a intereses financieros y económicos, no geopolíticos (como sucede en la balcanizada Colombia).

Hay un componente social, claro: la región se resiste al “populismo indígena” de Morales, aunque no al tráfico de cocaína vía una triple frontera casi ignota, Bolivia-Paraguay-Brasil, entre los pantanos al norte de Fuerte Olimpo. Santa Cruz se aferra a la “economía de mercado” algo que suena irónico en el mayor nudo fluvioselvático de Sudamérica.

Ello explica que la demanda clave sea la descentralización y la redistribución de gastos e ingresos nacionales. El oriente no quiere seguir subsidiando las provincia más pobres, hablen keshwa o aimara, sostiene Juan Carlos Urenda, neurona del comité cívico autonomista.

La cuestión de fondo hace a la viabilidad de Bolivia en su forma actual y a un pecado del borbón Carlos III: haber sacado el entonces alto Perú de la jurisdicción limeña para unirlo a la remota Buenos Aires, en 1776, para crear un imposible, breve virreinato del Río de la Plata. Tal es así que la independencia boliviana se gestó en Perú y, poco después, nació una efímera confederación peruboliviana. Años más tarde, ambos países se aliaban contra el expansionismo chileno (que ganó gracias a la neutralidad “favorable” de Argentina).

En cifras, el área autonomista representa 43% del producto bruto interno, aunque aporte sólo 37% de la recaudación tributaria, detalle poco mencionado por los líderes del movimiento. Tras unos cincuenta años de desarrollo agroindustrial y merced a los hidrocarburos, Santa Cruz y Tarija –hace unos 150 años, los chapacos se consideraban argentinos- son las provincias más ricas. Pero las quejas santacruceñas empezaron en 1904, cuando Sucre les negó un ferrocarril, que mucho después tendrían gracias a Brasil.

En paralelo corre una historia política. Por ejemplo, este mismo comité cívico conspiraba contra el régimen paceño originado en la revolución nacionalista de 1952. La “high society” lugareña es un compendio de contradicciones y, como proclaman algunas de sus figuras, “se siente alta, blanca y habla inglés”. Por de pronto, la zona absorbe casi 50% de las inversiones externas en el país, pero la lengua extranjera más oída es el portugués.

Mientras en Santa Cruz de la Sierra deliberaban los “cabildos autonomistas”, irregulares opositores trataban de forzar el bloqueo impuesto por seguidores de Morales. Estas acciones amainaron el domingo. Junto con la provincia homónima, el movimento comprende a Tarija y dos departamentos, Beni y Pando. Amén del incipiente separatismo, este y oeste están distanciados a causa de la reforma agraria y el sistema de votación -en la asamblea constituyente- para aprobar reformas.

En realidad, la coalición de empresarios, comerciantes, terratenientes y hasta contrabandistas trata de paralizar la asamblea. La ayuda el escaso control de Morales sobre sus partidarios y su poca experiencia como presidente. También pesa, naturalmente, la borrascosa tradición política de un país geopolíticamente inviable tras perder, en 1883, la salida al mar. Hace 34 años, por ejemplo, funcionarios de Richard Nixon directamente sugerían dividir Bolivia entre sus vecinos,

Sin duda, las presiones por la autonomía o el separatismo no son nuevas. Durante la guerra del Pacífico, hubo ya una rebelión (Andrés Ibáñez, 1876/7), dizque fomentada por Chile. En 1968, era obvio que un régimen militar brasileño fomentaba ideas similares. Hasta el momento y pese a los conatos de violencia, pocos en Santa Cruz de la Sierra hablan de separarse, pues todos respondes a intereses financieros y económicos, no geopolíticos (como sucede en la balcanizada Colombia).

Hay un componente social, claro: la región se resiste al “populismo indígena” de Morales, aunque no al tráfico de cocaína vía una triple frontera casi ignota, Bolivia-Paraguay-Brasil, entre los pantanos al norte de Fuerte Olimpo. Santa Cruz se aferra a la “economía de mercado” algo que suena irónico en el mayor nudo fluvioselvático de Sudamérica.

Ello explica que la demanda clave sea la descentralización y la redistribución de gastos e ingresos nacionales. El oriente no quiere seguir subsidiando las provincia más pobres, hablen keshwa o aimara, sostiene Juan Carlos Urenda, neurona del comité cívico autonomista.

La cuestión de fondo hace a la viabilidad de Bolivia en su forma actual y a un pecado del borbón Carlos III: haber sacado el entonces alto Perú de la jurisdicción limeña para unirlo a la remota Buenos Aires, en 1776, para crear un imposible, breve virreinato del Río de la Plata. Tal es así que la independencia boliviana se gestó en Perú y, poco después, nació una efímera confederación peruboliviana. Años más tarde, ambos países se aliaban contra el expansionismo chileno (que ganó gracias a la neutralidad “favorable” de Argentina).

En cifras, el área autonomista representa 43% del producto bruto interno, aunque aporte sólo 37% de la recaudación tributaria, detalle poco mencionado por los líderes del movimiento. Tras unos cincuenta años de desarrollo agroindustrial y merced a los hidrocarburos, Santa Cruz y Tarija –hace unos 150 años, los chapacos se consideraban argentinos- son las provincias más ricas. Pero las quejas santacruceñas empezaron en 1904, cuando Sucre les negó un ferrocarril, que mucho después tendrían gracias a Brasil.

En paralelo corre una historia política. Por ejemplo, este mismo comité cívico conspiraba contra el régimen paceño originado en la revolución nacionalista de 1952. La “high society” lugareña es un compendio de contradicciones y, como proclaman algunas de sus figuras, “se siente alta, blanca y habla inglés”. Por de pronto, la zona absorbe casi 50% de las inversiones externas en el país, pero la lengua extranjera más oída es el portugués.

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