Dos concepciones diametralmente opuestas de la economía, la política e incluso la historia europea chocaron este jueves en Berlín, señala la edición americana de El País.
El ministro de Finanzas alemán, el democristiano Wolfgang Schäuble, representó la visión más ortodoxa con su insistencia en que Grecia debe respetar los acuerdos firmados, independientemente de lo que votaran sus ciudadanos hace menos de dos semanas.
“Respeto los resultados electorales. El problema es cuando se hacen promesas que no son realistas a costa de terceros”, dijo el alemán, que recordó que él también tiene un electorado ante el que responder.
Al otro lado de la mesa estaba su homólogo griego, el economista de izquierdas Yanis Varoufakis, que reclamó tiempo para resolver una situación de emergencia.
Atenas pide “un programa puente hasta finales de mayo” para redactar un nuevo rescate con prioridades distintas al actual que el nuevo Gobierno griego firmaría, dijo Varoufakis, con las tres instituciones que forman la troika: Comisión Europea, FMI y BCE. Pero, a tenor de la actitud mostrada por Schäuble, ese periodo de carencia parece poco realista.
Los dos ministros han mostrado sus diferencias incluso en las bromas. “Solo estamos de acuerdo en nuestro desacuerdo”, dijo Schäuble en un intento de relajar la tensión.
“Yo creo que ni siquiera en eso estamos de acuerdo. Sí estamos de acuerdo en comenzar a discutir para buscar una solución común a los problemas europeos”, matizó Varoufakis.
Más allá de los trabalenguas, el Gobierno alemán dejó claro los problemas que detecta en el discurso del nuevo Gobierno griego.
“No he podido evitar expresar mi escepticismo sobre algunas de las medidas anunciadas que no creemos que vayan en la dirección correcta”, dijo Schäuble. Se refería a las intenciones de Alexis Tsipras y sus ministros de subir el salario mínimo y las pensiones más bajas, paralizar privatizaciones y readmitir en el sector público a funcionarios despedidos.
Frente a la exigencia alemana de cumplir la palabra dada, Varoufakis recurrió a la situación de emergencia nacional que vive su país y a los resultados negativos del programa de rescate.
El ministro griego criticó “el grave error” del diseño del programa —“se abordó como si fuera una falta de liquidez, cuando se trata de un problema de solvencia”— al lado de uno de los grandes arquitectos de ese plan.
Otro golpe poco disimulado hacia Schäuble llegó cuando Varoufakis pidió proteger “la frágil flor de la democracia”, amenazada por aquellos que dicen que “las elecciones no cambian nada”. Este ha sido el discurso que ha mantenido el propio Schäuble en las últimas semanas.
La quita que Tsipras defendía antes de llegar al Gobierno está ya totalmente descartada. Después de que Varoufakis renunciara a esta posibilidad el pasado lunes en Londres, los dos ministros ni siquiera hablaron de ella este jueves en Berlín.
Varoufakis apeló incluso al pasado nazi de Alemania para tratar de convencer no solo a su interlocutor sino a una opinión pública alemana que le ha recibido de uñas, con comentarios en la prensa críticos incluso con su forma de vestir.
“Nadie puede entender mejor que la gente de este país cómo una economía en depresión combinada con una humillación nacional y un sufrimiento sin límites puede romper el huevo de la serpiente. Cuando vuelva a casa esta noche, me encontraré un Parlamento en el que la tercera fuerza no es un partido neonazi, sino uno nazi”, aseguró. Schäuble, que recurrió incluso a citas de Goethe, también apeló a la historia para alertar del riesgo de que el proyecto de una Europa unida pierda cada vez más apoyos entre los ciudadanos.
Tras su encuentro con Schäuble, el ministro griego se vio con Sigmar Gabriel, número dos del Gobierno alemán y líder de los socialdemócratas. Allí, Varoufakis encontró alguna que otra palabra más amable, pero en el fondo el mismo discurso.
“La culpa no está en la troika ni en la UE, sino en los Gobiernos griegos anteriores, que convirtieron el Estado en un botín”, dijo el vicecanciller.
Gabriel dejó claro que si las autoridades de Atenas confían en encontrar una actitud más flexible en los compañeros de coalición de Merkel, van a sentirse decepcionados.