Ahora, Minsk puede desatar una guerra del crudo con Rusia

Pocos días después de llegar a acuerdo con Moscú sobre gas natural, Bielorrusia adopta una represalia indirecta. De pronto, decide cobrarles “peaje” a los crudos rusos que cruzan su territorio rumbo al oeste.

4 enero, 2007

En verdad, el lunes pasado Alyexandr Lukashenko, virtual presidente vitalicio, había amenazado con “medidas económicas para compensar el alza de US$ 47 a 100 por metro cúbico de gas”. Pocos lo tomaron al pie de la letras, pero el miércoles se despachó con este gravamen… retroactivo.

Hasta hace poco virtual títere de Vladyímir Putin, el ex burócrata soviético “parece convencido de que maneja un país en serio y puede hacer frente a Moscú” (comentaban dos altos funcionarios de Varsovia). Pero Minsk fue sutil, pues la medida aduanera no afecta al convenio con el monopolio estatal ruso que preside Alyexyéi Míller.

En Europa occidental –especialmente Polonia y Alemania- eso no los tranquiliza, pues cualquier roce entre ambos gobiernos afectará el suministro de petróleo, ya que no el de gas natural. Al punto, la prensa de la Unión Europea salió a hablar de una “guerra de los crudos”, en pleno invierno boreal.

Sin trepidar, Syerghiéi Sidorski –primer ministro, perteneciente a la minoría de habla polaca- informó que ese gravamen corre desde el primero. No es poca cosa: US$ 45 extras por tonelada métrica de crudo ruso en tránsito. La exportación moscovita por Bielorrusia orilla los 70 millones de tm anuales (eso haría US$ 3.150 millones adicionales), la mayor parte con destino a Polonia y Alemania.

Por supuesto, Transñeft –el monopolio que administra ductos rusos- declaró que Minsk “no tiene el menor derecho a aplicar nuevos impuestos sobre hidrocarburos en tránsito”. Así afirmaba su presidente ejecutivo, Syerghiéi Grigóryev. En los papeles, la súbita decisión bielorrusa transgrede convenios firmados y no es posible modificarlos sin asentimiento de Rusia.

Pero el problema se complica debido a una dura medida dictada por Moscú el 8 de diciembre, o sea antes de la “guerra del gas”. En esa oportunidad, el ministerio de economía impuso un arancel de US$ 180,50 por tonelada de crudo exportado a Bielorrusia. El pretexto fue que Minsk refinaba ese petróleo y lo revendía a usuarios occidentales a precios de mercado. Minsk ofreció compartir con Moscú esos ingresos, pero el asunto sigue en discusión.

Sin embargo, lo que intriga a varias cancillerías –Varsovia, Helsinki, Estocolmo, Oslo, Berlín- es el costado geopolítico. Esto es, la relación entre Rusia y su virtual satélite, herencia del pasado soviético. Tras la guerra civil de 1919/22, el nuevo poder moscovita fusionó gobiernos locales existentes bajo los tsares y formó “repúblicas independientes” para tener más escaños en la Sociedad de naciones y, después, la ONU.

Eran Ucrania, que existía desde antes de Rusia misma, Bielorrusia –vagamente conocida por “Rusia blanca” desde el siglo XVII- y Mongolia exterior, territorio medio vacío arrebatado a China en los albores de la URSS. La débil identidad nacional bielorrusa –“byáliya” significa blanca- jugó a favor de Putin. Hoy, roces económicos parecen poner en peligro ese eje, precisamente mientras Moscú logra domesticar a Ucrania imponiéndole como primer ministro a Víktor Yushchenko.

Irónicamente, la “guerra del crudo” puede perjudicar a Polonia, bajo cuya corona estuvo la actual Bielorrusia entre los siglos XIV y XVIII. En realidad, eran provincias de religión católica ortodoxa en manos de una unión polacolituana de culto romano.

En verdad, el lunes pasado Alyexandr Lukashenko, virtual presidente vitalicio, había amenazado con “medidas económicas para compensar el alza de US$ 47 a 100 por metro cúbico de gas”. Pocos lo tomaron al pie de la letras, pero el miércoles se despachó con este gravamen… retroactivo.

Hasta hace poco virtual títere de Vladyímir Putin, el ex burócrata soviético “parece convencido de que maneja un país en serio y puede hacer frente a Moscú” (comentaban dos altos funcionarios de Varsovia). Pero Minsk fue sutil, pues la medida aduanera no afecta al convenio con el monopolio estatal ruso que preside Alyexyéi Míller.

En Europa occidental –especialmente Polonia y Alemania- eso no los tranquiliza, pues cualquier roce entre ambos gobiernos afectará el suministro de petróleo, ya que no el de gas natural. Al punto, la prensa de la Unión Europea salió a hablar de una “guerra de los crudos”, en pleno invierno boreal.

Sin trepidar, Syerghiéi Sidorski –primer ministro, perteneciente a la minoría de habla polaca- informó que ese gravamen corre desde el primero. No es poca cosa: US$ 45 extras por tonelada métrica de crudo ruso en tránsito. La exportación moscovita por Bielorrusia orilla los 70 millones de tm anuales (eso haría US$ 3.150 millones adicionales), la mayor parte con destino a Polonia y Alemania.

Por supuesto, Transñeft –el monopolio que administra ductos rusos- declaró que Minsk “no tiene el menor derecho a aplicar nuevos impuestos sobre hidrocarburos en tránsito”. Así afirmaba su presidente ejecutivo, Syerghiéi Grigóryev. En los papeles, la súbita decisión bielorrusa transgrede convenios firmados y no es posible modificarlos sin asentimiento de Rusia.

Pero el problema se complica debido a una dura medida dictada por Moscú el 8 de diciembre, o sea antes de la “guerra del gas”. En esa oportunidad, el ministerio de economía impuso un arancel de US$ 180,50 por tonelada de crudo exportado a Bielorrusia. El pretexto fue que Minsk refinaba ese petróleo y lo revendía a usuarios occidentales a precios de mercado. Minsk ofreció compartir con Moscú esos ingresos, pero el asunto sigue en discusión.

Sin embargo, lo que intriga a varias cancillerías –Varsovia, Helsinki, Estocolmo, Oslo, Berlín- es el costado geopolítico. Esto es, la relación entre Rusia y su virtual satélite, herencia del pasado soviético. Tras la guerra civil de 1919/22, el nuevo poder moscovita fusionó gobiernos locales existentes bajo los tsares y formó “repúblicas independientes” para tener más escaños en la Sociedad de naciones y, después, la ONU.

Eran Ucrania, que existía desde antes de Rusia misma, Bielorrusia –vagamente conocida por “Rusia blanca” desde el siglo XVII- y Mongolia exterior, territorio medio vacío arrebatado a China en los albores de la URSS. La débil identidad nacional bielorrusa –“byáliya” significa blanca- jugó a favor de Putin. Hoy, roces económicos parecen poner en peligro ese eje, precisamente mientras Moscú logra domesticar a Ucrania imponiéndole como primer ministro a Víktor Yushchenko.

Irónicamente, la “guerra del crudo” puede perjudicar a Polonia, bajo cuya corona estuvo la actual Bielorrusia entre los siglos XIV y XVIII. En realidad, eran provincias de religión católica ortodoxa en manos de una unión polacolituana de culto romano.

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