Ahogada en petrodólares, Rusia afronta una paradoja de liquidez

Pocos años atrás, los funcionarios financieros rusos ni hubiesen soñado el problema que hoy tiene Alyexyei Kudrin, ministro de Hacienda. Tampoco hubieran creído en la posibilidad de pagar por adelantado deudas de US$ 15.000 millones.

16 noviembre, 2005

Ambas cosas se explican por una prolongada lluvia de petrodólares sobre las arcas fiscales. En verdad, “podríamos cubrir el pasivo entero”, señalaba el ministro ante inversores del exterior. “Pero otros países no nos permiten acelerar el cronograma de repago, debido a ciertas obligaciones involucradas en los acuerdos”. Hace apenas siete años, a la sazón, Moscú estaba en cese de pagos.

Al ser el segundo exportador de hidrocarburos en el mundo (el primero es Saudiarabia), ingresan a Rusia unos US$ 500 millones diarios. Estos flujos entran a mayor ritmo del que la economía puede asimilar sin generar inflación. El estado tuvo que crear mecanismos temporarios de esterilización.

¿Por qué? Porque es un país en desarrollo, con necesidades que se arrastran desde antiguo. Así, encara déficit infraestructurales de larga data y debe sacar de la pobreza extrema a 25 millones de personas. A primera vista, entonces, no le faltas áreas donde gastar aquellas ganancias. Lo que sí falta es voluntad política y una planificación razonable, cuya ausencia,.por ahora, no deteriora la hegemonía electoral del presidente Vladyímir Putin.

No obstante, si no se maneja con inteligencia, el “embarras de richesse” moscovita puede convertirse en una paradoja que los economistas llaman “el mal holandés” y es tipica de exportadores petroleros. Su ejemplo clásico son, claro, los Países Bajos. Después de descubrirse hidrocarburos bajo el mar del Norte, hace algo más de cuarenta años, Holanda fue inundada de petrodólares que, convertidos a florines, inflaron el valor de éstos y amenazaron con un severo brote inflacionario.

Ese tipo de problemas estaba justamente en las antípodas del caso ruso, con dificultades crónicas, falta de divisas y un rublo débil hasta promediar los años 90. Luego, la tortilla se dio vuelta a tal punto que –al empezar noviembre- el Fondo de Estabilización (aquel mecanismo esterilizador, inspirado en la experiencia holandesa) alcanzaba US$ 38.000 millones y podía llegar a 50.000 millones a fin de año. Según la ley respectiva, el fondo sólo puede aplicarse al pago de deuda externa o a solventar el sistema jubilatorio estatal.

En un informe difundido hace diez días, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial) advertía que la repreciación del rublo ya está perjudicando la producción interna. En enero-septiembre, por cierto, el rublo había subido 7,3% sobre una canasta básica de divisas (dólar, euro, libra). Entretanto, Moscú no lograba mantener la inflación anual en 10%, tomando precios minoristas: hasta octubre, ese indicador registraba 11,7% de alza.

Ambas cosas se explican por una prolongada lluvia de petrodólares sobre las arcas fiscales. En verdad, “podríamos cubrir el pasivo entero”, señalaba el ministro ante inversores del exterior. “Pero otros países no nos permiten acelerar el cronograma de repago, debido a ciertas obligaciones involucradas en los acuerdos”. Hace apenas siete años, a la sazón, Moscú estaba en cese de pagos.

Al ser el segundo exportador de hidrocarburos en el mundo (el primero es Saudiarabia), ingresan a Rusia unos US$ 500 millones diarios. Estos flujos entran a mayor ritmo del que la economía puede asimilar sin generar inflación. El estado tuvo que crear mecanismos temporarios de esterilización.

¿Por qué? Porque es un país en desarrollo, con necesidades que se arrastran desde antiguo. Así, encara déficit infraestructurales de larga data y debe sacar de la pobreza extrema a 25 millones de personas. A primera vista, entonces, no le faltas áreas donde gastar aquellas ganancias. Lo que sí falta es voluntad política y una planificación razonable, cuya ausencia,.por ahora, no deteriora la hegemonía electoral del presidente Vladyímir Putin.

No obstante, si no se maneja con inteligencia, el “embarras de richesse” moscovita puede convertirse en una paradoja que los economistas llaman “el mal holandés” y es tipica de exportadores petroleros. Su ejemplo clásico son, claro, los Países Bajos. Después de descubrirse hidrocarburos bajo el mar del Norte, hace algo más de cuarenta años, Holanda fue inundada de petrodólares que, convertidos a florines, inflaron el valor de éstos y amenazaron con un severo brote inflacionario.

Ese tipo de problemas estaba justamente en las antípodas del caso ruso, con dificultades crónicas, falta de divisas y un rublo débil hasta promediar los años 90. Luego, la tortilla se dio vuelta a tal punto que –al empezar noviembre- el Fondo de Estabilización (aquel mecanismo esterilizador, inspirado en la experiencia holandesa) alcanzaba US$ 38.000 millones y podía llegar a 50.000 millones a fin de año. Según la ley respectiva, el fondo sólo puede aplicarse al pago de deuda externa o a solventar el sistema jubilatorio estatal.

En un informe difundido hace diez días, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial) advertía que la repreciación del rublo ya está perjudicando la producción interna. En enero-septiembre, por cierto, el rublo había subido 7,3% sobre una canasta básica de divisas (dólar, euro, libra). Entretanto, Moscú no lograba mantener la inflación anual en 10%, tomando precios minoristas: hasta octubre, ese indicador registraba 11,7% de alza.

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