Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y de Unicef, hay en el planeta 2.100 millones de personas que no tienen acceso al agua bebible provista con seguridad. Hay además 4.500 millones de personas que no tienen acceso al agua en materia de higiene.
Para brindar ese suministro, la inversión es inmensa. Según las metas a cumplir según Naciones Unidas, se requieren inversiones anuales de US$ 449 mil millones hasta el 2030.
Algunas consultoras especializadas entienden que lo que hay que invertir es de US$ 6.700 billones (millón de millones) desde ahora hasta 2030, y desde allí hasta 2050 harán falta otros US$ 22.600 billones.
La demanda de agua crece inexorablemente por varios factores. En primer lugar, aumenta constantemente la población mundial, especialmente en los países más carenciados. Pero además, para complicar el escenario es más dramático por imperio del cambio climático, con lluvias torrenciales seguidas de sequías, en lugares impredecibles.
La grave situación del Ciudad del Cabo en Sudáfrica, una gran ciudad que estuvo a punto de quedarse sin servicio, ilustra el caso con dramatismo. La solución lograda (derivación de embalses lejanos) es momentánea. Si en agosto de este año no llueve como ocurre siempre en esa época, volverá la emergencia. Pero si hay suerte, y llueve lo previsible, habrá respiro hasta 2019, pero todavía no hay idea de cuál puede ser la solución permanente, de fondo.
Los beneficios de invertir en la provisión de agua son evidentes. Menor tasa de mortalidad infantil, mejores niveles de salud, y mayor crecimiento económico. Pero los gobiernos que están realizando esfuerzos con sus inversiones, no han logrado diseñar el mecanismo que persuada a sumarse el capital privado.
Pero la necesidad y la urgencia impondrán nuevas reglas de juego. El agua, a la que algunos llaman “el oro azul del siglo 21”, no tiene sustituto.