sábado, 21 de junio de 2025

Space Solar: la empresa británica que quiere enviar energía solar desde el espacio a la Tierra

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Hay ideas que tienen la obstinación de los visionarios y la elegancia de los mitos. Una de ellas —probablemente la más audaz en el repertorio contemporáneo de soluciones tecnológicas— consiste en generar energía eléctrica desde el espacio y enviarla a la Tierra sin cables, sin humo, sin ruido, sin interrupciones. Lo que hasta hace muy poco parecía un argumento de novela de anticipación —más cerca de Asimov que de la ingeniería— comienza a tomar forma real en los laboratorios, despachos y simuladores de una pequeña pero ambiciosa empresa británica: Space Solar.

Fundada en 2022 con el respaldo del gobierno del Reino Unido, esta startup emerge no como un gesto decorativo del ambientalismo occidental, sino como un movimiento calculado de poder tecnológico y geopolítico. Su objetivo es revolucionar la matriz energética global. Su instrumento, una constelación de satélites orbitando a 36.000 kilómetros de altura, diseñados para capturar la luz solar ininterrumpida del espacio y transmitirla —con precisión quirúrgica— hacia la superficie terrestre en forma de microondas.

El sistema se llama CASSIOPeiA —acrónimo elegante y evocador de Constant Aperture, Solid-State, Integrated Orbital Phased Array—, y aspira a generar hasta 2 GW de potencia continua. Esa cifra, apenas inteligible para el lector no especializado, equivale a la energía que consume una ciudad de un millón de habitantes. La diferencia es que, en lugar de quemar carbón, gas o esperar el capricho del sol o el viento, este satélite, como un dios silencioso, estaría enviando su rayo invisible de energía las veinticuatro horas del día, los 365 días del año, sin pausa ni interferencias.

La idea, naturalmente, no es nueva. Fue esbozada con entusiasmo desbordado por Wernher von Braun en los años 40, y considerada marginal por generaciones enteras de ingenieros. La razón era sencilla: era demasiado cara, demasiado compleja, demasiado futurista. Hoy, en cambio, gracias a los avances en materiales ultralivianos, transmisores de alta precisión y sistemas de conversión energética, la ciencia ha hecho lo que tantas veces ha hecho antes: poner al día a la imaginación.

La estructura que sostendrá este milagro tecnológico es digna de un poema épico. Paneles solares gigantescos desplegados como alas de una criatura mitológica; conversores que transforman esa energía en microondas de baja intensidad; y un haz dirigido con tal exactitud que sería capaz de iluminar una antena en la Tierra del tamaño de un estadio sin desviar un milímetro su trayectoria. Allí, la antena convertirá nuevamente esa radiación en electricidad y la inyectará en la red, como si viniera de una planta convencional.

Y no se trata solo de teoría. Space Solar, en colaboración con universidades, ingenieros provenientes de la Agencia Espacial Europea y la red SUNRISE, ya ha logrado hitos concretos: simulaciones exitosas, validaciones de diseño y pruebas de materiales en condiciones extremas. El plan es realizar una demostración orbital antes de 2030 y contar con un sistema comercial operativo en 2040. No es una promesa mesiánica; es una hoja de ruta con plazos, cifras y respaldo institucional.

Los implicancias no se limitan al Reino Unido. En una América Latina que aún discute si el litio debe ser extraído o nacionalizado, si el petróleo puede seguir financiando al Estado o si las represas valen el impacto ambiental que generan, la posibilidad de importar energía solar espacial abre una dimensión completamente nueva. Para los países con escasa irradiación solar, con topografía montañosa o lluviosa, o simplemente con poblaciones desconectadas de la red, recibir energía desde el espacio no es solo una alternativa: puede ser una salvación.

También está el efecto indirecto: las antenas, los dispositivos de conversión, la electrónica asociada, los sistemas de gestión energética, todo eso puede estimular economías periféricas y generar nuevos mercados para países que hoy están fuera de la órbita de la innovación. América Latina, si juega bien sus cartas, podría convertirse en usuaria, proveedora o socia de esta tecnología.

Por supuesto, toda promesa tecnológica conlleva riesgos. El primero, el más evidente, es que el entusiasmo exceda a la realidad. También están las preocupaciones militares —¿qué impide convertir un rayo de energía en un arma?— o las dudas regulatorias sobre el uso del espectro electromagnético. Pero esos son problemas que existen también en la energía nuclear, la inteligencia artificial o el propio internet. Y no por ello dejamos de avanzar.

Lo que diferencia a Space Solar y su proyecto CASSIOPeiA es que propone una solución total. Una energía limpia, continua, renovable y —eventualmente— exportable. Una idea que, si funciona, no sólo cambiará la industria energética, sino la relación entre los países, entre el hombre y la atmósfera, entre el planeta y el espacio.

Alguna vez, Julio Verne escribió que todo lo que un hombre puede imaginar, otro puede hacerlo realidad. Hoy, desde una órbita lejana y silenciosa, una antena se prepara para cumplir esa promesa.

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