Con esta misión —la número 580 de la familia de lanzadores Long March—, China avanza en el despliegue de la constelación Qianfan (también conocida como Spacesail o G60), concebida como respuesta a la hegemonía de Starlink en el mercado global de internet satelital.
El programa, liderado por Shanghai Spacecom Satellite Technology y respaldado por el gobierno municipal de Shanghái y la Academia China de Ciencias, contempla una primera etapa de 648 satélites operativos hacia finales de 2025. Su expansión progresiva —hasta alcanzar 15.000 unidades en 2030— configura uno de los proyectos de mayor escala en la historia del espacio comercial chino. La constelación tiene como propósito ofrecer conectividad de alta velocidad en regiones remotas, entornos urbanos densos y corredores estratégicos, con una lógica de servicios duales: tanto comerciales como vinculados a defensa y ciencia aplicada.
Una competencia en múltiples planos
El desarrollo de Qianfan no es un esfuerzo aislado. En paralelo, la constelación Guowang, promovida por la Corporación de Ciencia e Industria Aeroespacial de China (CASIC), proyecta el despliegue de más de 13.000 satélites con énfasis en seguridad nacional y resiliencia de redes críticas. A este esquema se suma el ambicioso proyecto conocido como “Constelación de los Tres Cuerpos”, que ya opera con 2.800 nodos de inteligencia artificial y capacidades de supercomputación en órbita. Esta red permite realizar análisis de datos en tiempo real, una funcionalidad clave para aplicaciones en defensa, clima, logística e investigación espacial.
La arquitectura de estos sistemas incluye innovaciones como comunicaciones láser inter-satélite, mecanismos de ultraenfriamiento para edge computing y módulos con inteligencia artificial integrada. El objetivo es ofrecer servicios de baja latencia con procesamiento distribuido en órbita, minimizando la dependencia de estaciones terrestres y acelerando tiempos de respuesta.
Tensiones y oportunidades en el escenario global
La aceleración del programa chino plantea desafíos regulatorios y geopolíticos. Desde la comunidad científica y organismos multilaterales se advierte sobre el riesgo de contaminación lumínica, saturación del espectro radioeléctrico y aumento de residuos orbitales, especialmente por la proliferación de etapas descartadas y objetos inactivos en órbita baja.
A nivel internacional, China promueve acuerdos de colaboración tecnológica y comercial con países como Brasil, Malasia y Tailandia, consolidando su proyección como proveedor alternativo de conectividad satelital. Esta estrategia contrasta con la expansión de Starlink —más de 5.500 satélites activos— y el surgimiento de iniciativas europeas e indias que también buscan posicionarse en el sector.
En América Latina, la irrupción de Qianfan y Guowang abre la posibilidad de diversificar la oferta de servicios satelitales, especialmente en zonas rurales y regiones con infraestructura terrestre limitada. Sin embargo, también exige respuestas regulatorias sobre administración del espectro, ciberseguridad y estándares ambientales.
El reciente lanzamiento del cuarto lote de satélites no sólo confirma la madurez tecnológica del programa chino, sino que inscribe a la constelación Spacesail como un actor de peso en el ecosistema global del internet espacial. La próxima década será decisiva para definir las reglas, los actores dominantes y el equilibrio entre desarrollo económico, gobernanza internacional y sostenibilidad orbital.