Un ascensor al cielo. Un asiento junto a la escotilla. Una vista donde la Tierra no cabe entera, pero se intuye. A cinco minutos de flotar, y a décadas de que el resto del planeta pueda pagar ese privilegio.
El turismo espacial existe. Es real. Ocurre. Pero para casi todos los habitantes de la Tierra, es apenas una promesa que llega en forma de comunicado de prensa.
En 2021, cuando Blue Origin envió a Jeff Bezos y su hermano al borde del espacio, parecía que se abría una era. Virgin Galactic le siguió con vuelos suborbitales en la VSS Unity. SpaceX, con su cápsula Crew Dragon, llevó a cuatro civiles a orbitar la Tierra durante tres días. A los titulares les siguieron los silencios.
Desde entonces, el turismo espacial se mueve a un ritmo errático: empresas que prometen vuelos regulares y luego cancelan, cohetes que aún no están listos, boletos reservados para fechas sin calendario. Lo que hay es una industria incipiente, una economía de imágenes, y un puñado de millonarios que cumplen el sueño que todos tenemos.
Hay tres tipos de turismo espacial. Uno es breve, otro más caro, y el último casi imposible.
- Vuelos suborbitales: Duran menos de 15 minutos. La nave despega, alcanza unos 100 km de altitud, flota en microgravedad durante 3 a 5 minutos, y luego regresa. Blue Origin, con su cohete New Shepard, ofrece este tipo de experiencia. También Virgin Galactic, con su avión-cohete VSS Unity, aunque su operación fue suspendida recientemente para rediseñar el modelo.
- Órbita baja: Aquí el viaje implica dar vueltas alrededor de la Tierra. Se necesita una nave más robusta, entrenamiento, y mucho más dinero. SpaceX ha sido el único actor privado capaz de hacerlo. En 2021 realizó la misión Inspiration4. Luego, en colaboración con la empresa Axiom Space, organizó dos vuelos con turistas a la Estación Espacial Internacional. Precio estimado: más de 50 millones de dólares por asiento.
- Turismo lunar: En teoría, SpaceX y Space Adventures prometen llevar turistas alrededor de la Luna. En la práctica, no ocurrió aún. El proyecto DearMoon, impulsado por el japonés Yusaku Maezawa con la nave Starship, fue suspendido sin fecha.
Blue Origin es, hoy, la más cercana a la regularidad. Llevó a 31 personas al espacio suborbital, incluyendo a William Shatner y Jeff Bezos. El costo exacto del boleto no se publica. Se estima que oscila entre 200.000 y 400.000 dólares.
Virgin Galactic, que prometía vuelos mensuales, voló a apenas 5 grupos. Su programa comercial fue pausado para centrarse en el desarrollo del avión Delta Class, anunciado para 2026. La empresa vendió boletos a 450.000 dólares, con más de 700 reservas pendientes.
SpaceX es un caso aparte: no ofrece turismo directo, sino que vende misiones completas a empresas como Axiom o fundaciones privadas. Opera en otra liga, más cara, más técnica, más distante.
Space Perspective, por su parte, propone una alternativa: ascensos lentos en globo presurizado, hasta los 30 km de altura, sin gravedad cero pero con vista de la curvatura terrestre. Primer vuelo previsto para 2025. Precio: 125.000 dólares.
Existe. Pero es desigual. Las reservas para vuelos suborbitales suman más de 1.000 personas en todo el mundo. Los clientes suelen ser hombres, mayores de 45 años, con ingresos superiores al millón de dólares anuales. No es turismo. Es elitismo en gravedad cero.
Según UBS, el mercado del turismo espacial podría alcanzar los 3.000 millones de dólares anuales en 2030. Pero el pronóstico depende de un “si” que nadie puede garantizar: si las naves vuelan, si las empresas sobreviven, si los precios bajan, si no hay accidentes.
En 2024, Virgin Galactic despidió al 20% de su plantilla. En 2025, Blue Origin suspendió dos vuelos. SpaceX se concentró en contratos con la NASA. Mientras tanto, China anunció que comenzará su oferta de turismo espacial en 2026, con naves construidas en su sector privado. Si eso ocurre, será el primer país en institucionalizar el viaje recreativo al espacio como política nacional.
En la región, el turismo espacial es una noticia. No una posibilidad. Algunos empresarios argentinos y brasileños han comprado boletos, pero el 99,99% de la población mira el despegue desde la pantalla del celular.
La pregunta no es si América Latina participará del turismo espacial. La pregunta es si participará de la economía espacial en general, como proveedora de servicios, componentes o infraestructura. Hasta ahora, la respuesta es ambigua.
El turismo espacial es real. Sucede. Flotan. Filman. Vuelven. Pero aún es un lujo caro, breve y discontinuo. Su promesa no es la democratización del espacio, sino la estetización del privilegio.
Tal vez en unos años haya vuelos más baratos, cápsulas más seguras, destinos más largos. Tal vez no.
De momento, el turismo espacial es lo que se ve: una selfie flotando, un video en gravedad cero, un sueño posado sobre el cristal de una escotilla.
Y una industria que, por ahora, sigue más cerca de la estratósfera que del mercado.