No volveremos a la normalidad

Esta no es una disrupción temporal. Es el comienzo de un modo de vida completamente diferente.

18 marzo, 2020

El distanciamiento social ha llegado para quedarse durante mucho más tiempo que unas pocas semanas. Social distancing is here to stay for much more than a few weeks. Va a cambiar totalmente nuestro modo de vida para siempre en varios sentidos.

El vaticino pertenece a Gideon Lichfield en una publicación del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Allí dice que para detener al coronavirus vamos a tener que cambiar totalmente casi todo lo que hacemos: cómo trabajamos, cómo hacemos ejercicio, cómo socializamos, cómo compramos, educamos a nuestros niños o cuidamos a nuestros familiares.

Todos queremos que las cosas vuelvan a la normalidad lo antes posible. Pero lo que probablemente no nos hayamos dado cuenta – y lo haremos pronto — es que las cosas no van a volver a la normalidad luego de algunas semanas, o meses. Algunas cosas no volverán más.

Se sabe ahora que todos los países tienen que “achatar la curva”: imponer el distanciamiento social para desacelerar la propagación del virus de manera que el número de enfermos simultáneos no haga colapsar el sistema de salud, como amenaza en Italia en estos días. Eso significa que la pandemia debe durar, en un nivel bajo, hasta que o bien haya suficiente número de personas que hayan tenido el Covid-9 como para dejar inmune a la mayoría (suponiendo que la inmunidad dure años, cosa que no sabemos) o que haya una vacuna.

¿Cuándo durará eso y cuán rigurosas deberán ser las restricciones sociales? Ayer el presidente Donald Trump, anunciando nuevos lineamientos tales como un límite de 10 personas para las reuniones, dijo que “con algunas semanas de acción, podemos dar vuelta a la esquina y torcer la curva.” En China, seis semanas de bloqueo están comenzando a aflojar ahora que los nuevos casos se han reducido mucho.

Pero allí no termina la cosa. Mientras haya alguien en el mundo que tenga el virus, los brotes pueden y seguirán apareciendo si no hay controles estrictos para contenerlos.

Un grupo de investigadores del Imperial College de Londres propuso una forma de hacer esto: imponer las más extremas medidas de distanciamiento social cada vez que comienza a aumentar el número de internados en las unidades de cuidados intensivos y relajarlas cada vez que cae ese número.

O sea, cada vez que pasan de un umbral prefijado – digamos, 100 por semana – el país cierra todas las escuelas y la mayoría de las universidades para adoptar el distanciamiento social. Cuando el número cae por debajo de 50, esas medidas se levantan pero la gente con síntomas o cuyos familiares tienen síntomas seguirían encerradas en sus casas.

¿Qué se entiende por “distanciamiento social”? Los investigadores lo definen así: “Todos los hogares reducen 75% el contacto con la calle, la escuela o el trabajo”. Eso no significa salir con amigos una vez en lugar de cuatro. Significa que todos hagan todo lo posible para minimizar el contacto social y en general que el número de contactos caiga 75%.

Con este modelo, concluyen los investigadores, el distanciamiento social y los cierres de escuelas tendrían que regir unos dos tercios del tiempo, aproximadamente dos meses sí y un mes no – hasta que haya una vacuna, algo que por lo menos tomará 18 meses (si es que funciona).

¿Dieciocho meses? Tiene que haber otra solución. ¿Por qué no construir más hospitales y tratar más gente a la vez, por ejemplo?

En el modelo de los investigadores, eso no resolvió el problema. Ellos encontraron que sin distanciamiento social de toda la población, hasta la mejor estrategia de mitigación – que significa aislar o poner en cuarentena a los enfermos, los ancianos y aquellos que han estado expuestos además de cierres de escuelas – igualmente conduciría a que el número de enfermos graves sea ocho veces mayor de lo que los sistemas de salud en Gran Bretaña o Estados Unidos pueden atender. Aunque se pidiera a las fábricas que produzcan camas y ventiladores y todas las demás instalaciones y provisiones, todavía se necesitarían más enfermeros y médicos para atender a todos.

En todos los escenarios sin distanciamiento social generalizado, el número de casos Covid -19 supera al sistema de salud.

¿Y si se imponen restricciones por, digamos, unos cinco meses?

No alcanza, una vez que las medidas se levantan, la pandemia brota otra vez, pero esta vez será en invierno, el peor momento para un sistema de salud agobiado.

Si el distanciamiento social y otras medidas se imponen por cinco meses y luego se levantan, la pandemia vuelve.

 

Vivir en pandemia

 

En el corto plazo, la demora en el regreso de la normalidad tendrá efectos enormemente dañinos para las empresas que dependen de que la gente se reúna en grandes cantidades: restaurantes, cafés, bares, nightclubs, gimnasios, hoteles, teatros, cines, galerías de arte, centros comerciales, ferias de artesanías, museos, músicos, lugares deportivos, equipos deportivos, centros de conferencias, productores de conferencias, líneas de cruceros, aerolíneas, transporte público, escuelas privadas y guarderías tiene que cuidar de sus mayores sin exponerse al virus, habrá gente atrapada en relaciones abusivas y aquellos que no tienen un colchón financiero para aguantar los vaivenes del ingreso.

Seguramente habrá algún tipo de adaptación: los gimnasios podrían comenzar a vender equipos para el hogar y dar sesiones de entrenamiento online, por ejemplo. Habrá una explosión de nuevos servicios en lo que ya se está llamando “la economía confinada”. Podríamos tal vez imaginar que cambiarán algunos hábitos: menos viajes que generen CO2, más cadenas de suministro locales, más costumbre de caminar o andar en bicicleta.

Pero la disrupción para muchísimos negocios y medios de vida será imposible de manejar. Y el estilo de vida confinado no es sostenible por largos periodos.

Entonces ¿Cómo podemos vivir en este nuevo mundo? Parte de la respuesta, sería contar con mejores sistemas de salud con unidades de respuesta a la pandemia que puedan moverse con rapidez para identificar y contener brotes antes de comiencen a propagarse y la habilidad y la capacidad de aumentar la producción con equipos médicos, kits de testeo y drogas. Todas esas cosas llegan tarde para detener al Covid-19, pero ayudarán para futuras pandemias.

En el corto plazo, probablemente hacemos algunas concesiones que nos permitan retener algo parecido a una vida social. Tal vez los cines retiren la mitad de sus asientos, las reuniones se harán en salones más grandes con sillas más espaciadas y los gimnasios nos exigirán reservar turnos con anticipación para que el lugar no se llene.

Tal vez recuperemosla capacidad de socializar en forma segura desarrollando formas más sofisticadas de identificar quién está en riesgo de enfermedad y quién no discriminando legalmente contra los que están.

 

No sabemos con exactitud cómo será este nuevo futuro. Pero podemos imaginar un mundo en el cual, para subir a un avión tal vez tengamos que aceptar un servicio que rastree nuestros movimiento mediante el teléfono. La aerolínea no podrá ver adónde fuimos pero recibiría un alerta si hemos estado cerca de personas que se saben infectadas o de lugares con enfermedades. Habría requisitos similares para entrar a lugares grandes, edificios oficiales o centros de transporte urbano. Habría escáners de temperatura por todas partes y el lugar de trabajo podría pedir que usemos un monitor que registra temperatura y otros signos vitales. Así como los nightclubs piden prueba de edad, en el futuro podrían pedir prueba de inmunidad o una tarjeta de identidad de algún tipo de verificación digital a través del teléfono que muestra que ya nos hemos recuperado o hemos sido vacunados contra la última cepa del virus.

 

Nos adaptaremos y aceptaremos esas medidas así como nos hemos adaptado a las crecientes medidas de seguridad en los aeropuertos luego de los ataques terroristas. La vigilancia extrema será consideradas un pequeño precio a pagar por la libertad básica con otras personas.

Pero como ocurre casi siempre, el verdadero costo recaerá sobre los más pobres y los más débiles. La gente con menos acceso a la salud o que vive en áreas más proclives a las enfermedades ahora quedará fuera de los lugares y oportunidades que se abren a los demás.

El mundo cambió muchas veces, y está cambiando otra vez. Todos tendremos que adaptarnos a una nueva manera de vivir, trabajar y hacer relaciones. Pero como siempre pasa con el cambio, habrá algunos que pierden más que otros y esos serán los que ya han perdido demasiado. Lo más que podemos esperar es que la profundidad de esta crisis acabe obligando a los países – Estados Unidos en particular – a terminar con las desigualdades sociales que vuelvan tan vulnerable a un enorme sector de la población.

 

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