Entre la cantidad de propuestas que aparecen para reparar este desfasaje entre lo que se aprende y lo que se necesita saber, acaba de aparecer un libro cuyo título original es The School to Work Revolution , de Lyn Olson (Longman). La autora dirige desde hace años la revista Education Week y es miembro del consejo académico de la Alfred P. Sloan Foundation.
Según Olson, los programas escuela-al-trabajo que propone el libro se apartan de la educación tradicional que obliga a los estudiantes a elegir entre preparación universitaria y capacitación vocacional; la propuesta es dar igual importancia a las dos. Dar una sólida base académica y también capacitación en el trabajo que prepara a los estudiantes para el trabajo y la universidad.
El problema es que los adolescentes carecen de habilidades comercializables.
En Estados Unidos los graduados secundarios están mal preparados para entrar a trabajar. No tienen ni habilidades matemáticas, ni de comunicación ni de equipo que son fundamentales en los empleos de hoy.
Cita como ejemplo el caso de la mecánica de autos. Un auto moderno tiene ocho computadoras en el tablero y suele contener hasta 115 mil motores eléctricos y tres millas de cables.
Hace falta un equipo de técnicos equipados con manuales, diagramas y equipos computarizados para volver a poner en la calle un auto con problemas. Ya no sirve de mucho abrir el capot y toquetear un poquito el motor.
Hasta para ensamblar un motor hacen falta hoy empleados que puedan pensar matemáticamente, leer bien, resolver problemas y usar computadoras.
Es bien sabido qué habilidades hay que tener para poder trabajar hoy. ¿Qué pasa que los adolescentes se gradúan sin tenerlas?
Entonces, ¿quién tiene la culpa? Los empleadores dicen que los educadores. Los educadores contestan diciendo que los empresarios muchas veces erosionan las finanzas para la escuela pública al luchar por exenciones impositivas y apoyar a las escuelas privadas. Además, no creen que los académicos deban orientarse por valores empresarios.
Mientras tanto, los estudiantes no se esfuerzan en el colegio. No se los ve motivados para destacarse, en parte tal vez porque no ven cómo el trabajo en clase se conecta con sus planes futuros.
Los padres no saben qué hacer para asegurarse de que sus hijos obtengan el tipo de habilidades necesarias para obtener y mantener buenos empleos.
En verdad, el actual sistema limita las opciones laborales.
La educación en Estados Unidos por lo general tiene dos grandes orientaciones: una para los que van a la universidad y otra para los que no. Los alumnos que proyectan ir a la universidad son orientados hacia las materias académicas avanzadas. Los que no tienen intenciones de cursar estudios terciarios pueden optar por cursos vocacionales.
El sistema sencillamente no funciona. En realidad, la gran mayoría de los alumnos tiene planes de ir a la universidad. 95% de los estudiantes del último año encuestados en 1992 manifestó intenciones de continuar su educación después del secundario.
Pocos lo logran. Apenas algo más de 60% se inscriben pero muchos están tan mal preparados que abandonan al poco tiempo. El resultado es pocos graduados, muchos menos de los que hacen falta.
Lo concreto es que los empleos buenos son escasos. Los que no van a la universidad también están en desventaja. La capacitación vocacional que reciben en el colegio es estrecha. Los prepara para ocupaciones sin considerar las demandas del mercado de trabajo. El resultado es que están mal preparados para manejar los cambios en las industrias. El graduado secundario promedio que no continúa sus estudios por lo general cambia seis empleos entre los dieciocho y los veintisiete años.
La solución: la respuesta está en cambiar el sistema. Para enseñar a los adolescentes habilidades útiles y comercializables y darles más opciones debemos cambiar el sistema educativo. El cambio debe estar basado en varios pilares fundamentales. Primero, debemos dejar de trazarles caminos, eliminar divisiones tales como académica versus vocacional, hacia la universidad o hacia el trabajo. Todos los estudiantes deberían estar equipados con habilidades académicas y técnicas al momento de graduarse.
Además, hay que fijarles niveles más altos a todos. Deben tener una sólida formación académica que dé mucha importancia a matemáticas, ciencias, el idioma, cualquiera sean sus proyectos para el futuro.
En tercer lugar hay que fomentar la instrucción activa. Actualmente, la cuarta parte del tiempo se invierte en actividades pasivas, como escuchar al profesor, y menos de 4,5% de su tiempo en discusiones de clase. Si los estudiantes aprenden haciendo disfrutan más de la experiencia.
Cuarto, hay que ayudarlos a explorar las opciones que se les abren para que pueden planificar su futuro.
Quinto, hay que conectar las actividades escolares con el trabajo y la comunidad. Esa es la única forma de mostrarles que el conocimiento tiene aplicaciones en el mundo real.
Escuela- al-trabajo
Los programas escuela-trabajo que ya implementan escuelas en diversos puntos de Estados Unidos buscan integrar habilidades académicas y laborales. Las más comunes:
Aprendizaje cooperativo. Un sistema que data de la primera década de este siglo, incluye trabajos de medio tiempo como componente vocacional de la educación.
Internados y observaciones. Los estudiantes visitan los lugares de trabajo ya sea por un día o durante todo el verano. La observación les permite seguir a los profesionales durante el transcurso de sus rutinas diarias. Los internados y pasantías les dan experiencia in situ, y del mundo real.
Preparación técnica. Estos programas combinan los dos últimos años del secundario con dos años en un instituto de la comunidad para adquirir un título técnico. Muchas veces el componente principal es el aprendizaje basado en el trabajo.
Academias de carreras. Son escuelas dentro de escuelas o pequeñas escuelas separadas organizadas alrededor de una sola rama de carreras. El tema se centra en aprendizaje académico y muchos incluyen internados y observaciones.
Carreras de especialización. Todos los estudiantes deben explorar varias carreras y luego organizar sus materias alrededor del área que más les interesa.
Todo empresario puede tener un papel específico para hacer realidad estos programas. Abrir las puertas a maestros y estudiantes para experiencias de aprendizaje. Hacer que el personal participe en programas como el de observación o internado. Darle la flexibilidad que necesitan para supervisar, guiar y enseñar a los estudiantes. Los programas necesitan lugares para operar, personal, capacitación y todo el consejo que los empleadores puedan dar.
Para la empresa, la ventaja está en que reducirá el costo de identificar, clasificar y capacitar a los candidatos que necesita. Los jóvenes que trabajan en una compañía como estudiantes aprenden su cultura y constituyen una fuente de futuros trabajadores.
Entre la cantidad de propuestas que aparecen para reparar este desfasaje entre lo que se aprende y lo que se necesita saber, acaba de aparecer un libro cuyo título original es The School to Work Revolution , de Lyn Olson (Longman). La autora dirige desde hace años la revista Education Week y es miembro del consejo académico de la Alfred P. Sloan Foundation.
Según Olson, los programas escuela-al-trabajo que propone el libro se apartan de la educación tradicional que obliga a los estudiantes a elegir entre preparación universitaria y capacitación vocacional; la propuesta es dar igual importancia a las dos. Dar una sólida base académica y también capacitación en el trabajo que prepara a los estudiantes para el trabajo y la universidad.
El problema es que los adolescentes carecen de habilidades comercializables.
En Estados Unidos los graduados secundarios están mal preparados para entrar a trabajar. No tienen ni habilidades matemáticas, ni de comunicación ni de equipo que son fundamentales en los empleos de hoy.
Cita como ejemplo el caso de la mecánica de autos. Un auto moderno tiene ocho computadoras en el tablero y suele contener hasta 115 mil motores eléctricos y tres millas de cables.
Hace falta un equipo de técnicos equipados con manuales, diagramas y equipos computarizados para volver a poner en la calle un auto con problemas. Ya no sirve de mucho abrir el capot y toquetear un poquito el motor.
Hasta para ensamblar un motor hacen falta hoy empleados que puedan pensar matemáticamente, leer bien, resolver problemas y usar computadoras.
Es bien sabido qué habilidades hay que tener para poder trabajar hoy. ¿Qué pasa que los adolescentes se gradúan sin tenerlas?
Entonces, ¿quién tiene la culpa? Los empleadores dicen que los educadores. Los educadores contestan diciendo que los empresarios muchas veces erosionan las finanzas para la escuela pública al luchar por exenciones impositivas y apoyar a las escuelas privadas. Además, no creen que los académicos deban orientarse por valores empresarios.
Mientras tanto, los estudiantes no se esfuerzan en el colegio. No se los ve motivados para destacarse, en parte tal vez porque no ven cómo el trabajo en clase se conecta con sus planes futuros.
Los padres no saben qué hacer para asegurarse de que sus hijos obtengan el tipo de habilidades necesarias para obtener y mantener buenos empleos.
En verdad, el actual sistema limita las opciones laborales.
La educación en Estados Unidos por lo general tiene dos grandes orientaciones: una para los que van a la universidad y otra para los que no. Los alumnos que proyectan ir a la universidad son orientados hacia las materias académicas avanzadas. Los que no tienen intenciones de cursar estudios terciarios pueden optar por cursos vocacionales.
El sistema sencillamente no funciona. En realidad, la gran mayoría de los alumnos tiene planes de ir a la universidad. 95% de los estudiantes del último año encuestados en 1992 manifestó intenciones de continuar su educación después del secundario.
Pocos lo logran. Apenas algo más de 60% se inscriben pero muchos están tan mal preparados que abandonan al poco tiempo. El resultado es pocos graduados, muchos menos de los que hacen falta.
Lo concreto es que los empleos buenos son escasos. Los que no van a la universidad también están en desventaja. La capacitación vocacional que reciben en el colegio es estrecha. Los prepara para ocupaciones sin considerar las demandas del mercado de trabajo. El resultado es que están mal preparados para manejar los cambios en las industrias. El graduado secundario promedio que no continúa sus estudios por lo general cambia seis empleos entre los dieciocho y los veintisiete años.
La solución: la respuesta está en cambiar el sistema. Para enseñar a los adolescentes habilidades útiles y comercializables y darles más opciones debemos cambiar el sistema educativo. El cambio debe estar basado en varios pilares fundamentales. Primero, debemos dejar de trazarles caminos, eliminar divisiones tales como académica versus vocacional, hacia la universidad o hacia el trabajo. Todos los estudiantes deberían estar equipados con habilidades académicas y técnicas al momento de graduarse.
Además, hay que fijarles niveles más altos a todos. Deben tener una sólida formación académica que dé mucha importancia a matemáticas, ciencias, el idioma, cualquiera sean sus proyectos para el futuro.
En tercer lugar hay que fomentar la instrucción activa. Actualmente, la cuarta parte del tiempo se invierte en actividades pasivas, como escuchar al profesor, y menos de 4,5% de su tiempo en discusiones de clase. Si los estudiantes aprenden haciendo disfrutan más de la experiencia.
Cuarto, hay que ayudarlos a explorar las opciones que se les abren para que pueden planificar su futuro.
Quinto, hay que conectar las actividades escolares con el trabajo y la comunidad. Esa es la única forma de mostrarles que el conocimiento tiene aplicaciones en el mundo real.
Escuela- al-trabajo
Los programas escuela-trabajo que ya implementan escuelas en diversos puntos de Estados Unidos buscan integrar habilidades académicas y laborales. Las más comunes:
Aprendizaje cooperativo. Un sistema que data de la primera década de este siglo, incluye trabajos de medio tiempo como componente vocacional de la educación.
Internados y observaciones. Los estudiantes visitan los lugares de trabajo ya sea por un día o durante todo el verano. La observación les permite seguir a los profesionales durante el transcurso de sus rutinas diarias. Los internados y pasantías les dan experiencia in situ, y del mundo real.
Preparación técnica. Estos programas combinan los dos últimos años del secundario con dos años en un instituto de la comunidad para adquirir un título técnico. Muchas veces el componente principal es el aprendizaje basado en el trabajo.
Academias de carreras. Son escuelas dentro de escuelas o pequeñas escuelas separadas organizadas alrededor de una sola rama de carreras. El tema se centra en aprendizaje académico y muchos incluyen internados y observaciones.
Carreras de especialización. Todos los estudiantes deben explorar varias carreras y luego organizar sus materias alrededor del área que más les interesa.
Todo empresario puede tener un papel específico para hacer realidad estos programas. Abrir las puertas a maestros y estudiantes para experiencias de aprendizaje. Hacer que el personal participe en programas como el de observación o internado. Darle la flexibilidad que necesitan para supervisar, guiar y enseñar a los estudiantes. Los programas necesitan lugares para operar, personal, capacitación y todo el consejo que los empleadores puedan dar.
Para la empresa, la ventaja está en que reducirá el costo de identificar, clasificar y capacitar a los candidatos que necesita. Los jóvenes que trabajan en una compañía como estudiantes aprenden su cultura y constituyen una fuente de futuros trabajadores.