La empresa, hoy, necesita mucha inteligencia emocional

A veces la gente tiene demasiados conocimientos. Vivimos una “inflación educativa” en la que ningún título alcanza. Se necesitan personas con inteligencia original y resistencia emocional. Néstor Braidot explica la teoría.

4 febrero, 2002

Más allá de la difusión masiva de estos temas que realizara fundamentalmente Goleman a partir de la publicación de su primer libro, el término inteligencia emocional fue utilizado por primera vez en 1990 por los psicólogos Peter Salovey y John Mayer de las universidades de Harvard y New Hampshire, respectivamente (Lawrence E. Shapiro, La inteligencia emocional en los niños, Javier Vergara Editor).

Partiendo de Salovey, amplía las capacidades emocionales a cinco esferas principales, que se vinculan con las inteligencias personales de Gardner (Howard Gardner, Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples). Estas áreas tienen que ver con: conocer las propias emociones, gestionarlas, automotivarse, reconocer emociones en los demás y cuidar las relaciones, siendo estas las capacidades con las que deberíamos contar para tener inteligencia emocional.

Lo más cautivante del tema es que las podemos desarrollar a través de la comprensión de su dinámica.

Según el Dr. Shapiro, experto en psicoterapia infantil, este cambio puede hacerse modificando la bioquímica de las emociones: “podemos entrenar nuestros cerebros para producir naturalmente serotoninas”. A la pregunta de cómo criar niños felices, productivos y más inteligentes, responde: “la respuesta puede sorprenderlo, tiene que cambiar la forma en que se desarrolla el cerebro de su hijo”.

El cerebro humano tiene plasticidad, especialmente en los primeros años de vida. Se podría decir que en la infancia es parecido a un material moldeable. Y las emociones cumplen un papel muy importante en ello.

Esto no significa que en la madurez no pueda cambiarse evolutivamente la forma de procesar información y ser más inteligentes aprovechando la sinergia emocional. Aunque más difícil, es plenamente posible.

Fisiología de las emociones

En toda actividad mental, sea en forma conciente o no, se involucra la totalidad del cerebro. En la estructura del hipocampo y la amígdala se asienta la actividad emocional, es en la interacción con la corteza cerebral donde “estas estructuras límbicas se ocupan de la mayor parte del aprendizaje y el recuerdo del cerebro”; siendo la amígdala la “especialista en asuntos emocionales”, en realidad es en el funcionamiento de la amígdala y su interjuego con la neocorteza donde está el núcleo de la inteligencia emocional.

¿Por qué la corteza, que es la parte pensante del cerebro, cumple un papel importante en la inteligencia? Porque “la corteza nos permite tener sentimientos sobre nuestros sentimientos, es decir, discernimiento –insight– al analizar por qué sentimos de determinada manera y luego hacer algo al respecto”.

Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, por el motivo correcto y de la forma correcta, eso no es fácil.
La evolución nos fue separando de los animales al ir formando, a partir del límbico y hacia la corteza, el poder de discernir. A medida que evolucionaba, el sistema límbico refinó dos herramientas poderosas: aprendizaje y memoria.

Esta posibilidad de discernimiento heredada de los animales es a su vez la que nos da la cualidad eminentemente humana: la de crear. Son nuestras la libertad y la responsabilidad de utilizarla y no dejarla atrofiar.

Según el análisis del cerebro trino, la evolución formó a partir de la raíz más primitiva, el tronco cerebral, el cerebro reptiliano y seguidamente el límbico. Millones de años más tarde en la historia de la evolución, a partir de estas áreas emocionales evolucionaron el cerebro pensante y la neocorteza.

El hecho de que el cerebro pensante surgiera del emocional es muy revelador con respecto a la relación que existe entre pensamiento y sentimiento; el cerebro emocional existió mucho tiempo antes que el racional (Daniel Goleman, La inteligencia emocional).
En el mundo de nuestros antecesores en la evolución, no había tiempo para pensar, era imperativo para la supervivencia misma actuar urgentemente, por eso las emociones cumplían su papel primordial.

Luego vinieron épocas de reflexión, teníamos tiempo de planear, el entorno era aparentemente estable y predecíamos el futuro, era la época de la planificación.

Hoy el conocimiento válido es el que impulsa a la acción, otra vez el tiempo es un factor clave para la acción oportuna, tenemos que actuar antes de que la mente racional sola se tome todo el tiempo de planificación tradicional: tenemos que planear un poco menos y volar un poco más.

La acción debe armonizar con el pensamiento, otra vez no tenemos tiempo, y ahora necesitamos decidir acertadamente ante situaciones y peligros para los cuales nuestra mente consciente no está preparada. Es el momento, entonces, de equilibrar ambas mentes: la de la emoción que nos induce a la acción y la del pensamiento que nos lleva a la reflexión consciente, todo ello con la celeridad que el mundo nos demanda.

Después de todo, hay tareas demasiado importantes para dejarlas sólo en manos del intelecto.

Dos caras del mismo sistema

La urgencia hoy es tomar el mando voluntariamente y en forma consciente. Si no lo hacemos así seguirán siendo las emociones las que dirigirán nuestro comportamiento, ya que de hecho lo hacen a nivel inconsciente.

“Debido a que muchos de los centros más elevados del cerebro crecieron a partir de la zona límbica o ampliaron el alcance de esta, el cerebro emocional juega un papel fundamental en la arquitectura nerviosa.

En tanto raíz a partir de la cual creció el cerebro más nuevo, las zonas emocionales están entrelazadas a través de innumerables circuitos que ponen en comunicación todas las partes de la neocorteza. Esto da a los centros emocionales un poder inmenso para influir en el funcionamiento del resto del cerebro […] incluidos sus centros de pensamiento”.

Ellas mandan, en el sentido de que son las que determinan nuestros estados mentales y en consecuencia nuestro comportamiento, de allí la importancia de activar conscientemente la emoción que corresponda al estado de mente adecuado a la circunstancia actual.

Y aquí se pone de manifiesto la importancia de la mente consciente en el sentido de que en última instancia, cual círculo virtuoso, es la que inicia el camino de dirigir la emoción a fin de que ésta, en lugar de limitar, potencie el propio pensamiento racional.

Nosotros podemos ser los capitanes del barco, pero tenemos que tomar la decisión de comandar estos programas, decidiendo el qué. Si no lo hacemos así, si actuamos como tradicionalmente lo venimos haciendo, utilizando racionalmente los procedimientos automáticos aprendidos, como simples máquinas que ejecutan las órdenes que las emociones envían, dejaremos el mando a sus caprichos aunque creamos que lo tenemos nosotros.

Aunque esto nos confunde, es decir que no nos podemos explicar por qué actuamos como lo hacemos en ciertas, a veces muy frecuentes, oportunidades, el tema no pasa por eliminar las emociones o reprimirlas, como se considera tradicionalmente. Ellas nos bloquean paradójicamente sólo si no somos conscientes de su influencia.

El primer paso para dirigir nuestras emociones y no ser controlados por ellas es ser conscientes de su existencia. De allí la necesidad de saber a nivel consciente lo que sucede en el no consciente (en nuestra terminología preferimos referirnos a metaconsciente), esto es, expandir la conciencia.

Muchos procesos mentales no resultan accesibles al conocimiento consciente en ninguna circunstancia. Pensemos en el habla: uno es consciente de lo que dice, pero no de cómo lo dice; se es consciente de las ideas que se quieren expresar, pero no de los procesos que convierten las ideas en palabras. En este sentido, una gran parte del conocimiento sobre cómo hacemos las cosas es metaconsciente (Robert Ornstein, La evolución de la conciencia. Los límites del pensamiento racional).

Invirtamos, pues, esta relación. Establezcamos conscientemente el qué y dejemos que algún automatismo, ya sea interno a nosotros (programas establecidos) o externo (máquinas), se ocupen del cómo, liberando conciencia para nuestro discernimiento a voluntad, es decir para ejercer nuestra libertad, la que nos corresponde por derecho de especie.

Si no tomamos el poder, se cumplirá la relación tradicional expresada de la forma siguiente por Ornstein: “La relación entre los impulsos emocionales y la razón es semejante a la relación que hay entre un empresario y sus abogados. El empresario sabe lo que quiere y contrata a los abogados para que le digan cómo lograrlo. Quizás recurran a arquitectos o ingenieros para ejecutar el plan, aportar los procedimientos indicados y proporcionar otros aspectos racionales del diseño, pero la iniciativa no surge de los abogados ni de los arquitectos, sino del empresario”.

El mismo Ornstein admite la posibilidad de revertir el proceso, tomando el mando: “No estoy afirmando que como el sentimiento viene primero sea infalible, sino que a menudo las influencias desconocidas que afectan nuestra vida son emocionales y operan a través del plano racional con más frecuencia de lo que estamos dispuestos a admitir”.

Contamos con capacidades definidas, un sistema consciente que es selectivo, que recoge las percepciones del medio que nos rodea, y un sistema metaconsciente, que es ilimitado y no está sujeto a los mandatos que nos impone la realidad.

Todos sabemos que no podemos percibir todo lo que tenemos a nuestro alrededor: yo no puedo estar escribiendo y pensando al mismo tiempo en respirar y en controlar si llovizna o no afuera.

Pero el metanconsciente sí lo hace, y al igual que nuestras emociones, guarda registro de todo lo que pasa y lo deja a disposición del consciente, en el momento en que la realidad lo exija. Lamentablemente hay momentos en nuestra realidad (y sobre todo en estos tiempos de cambio acelerado) en los no hay tiempo de pensar las decisiones, y es por eso que las emociones, en especial la intuición, toman un valor preponderante a la hora en que verdaderamente se ponen en juego, y adquiere un plus el individuo que logra que jueguen a su favor.

Precisiones

Inteligencia emocional no es simplemente el hecho de cultivar la empatía para tratar de caer bien a la gente que nos rodea. Tampoco es una especie de terapia, por la cual uno hace uso libre de sus emociones para liberarlas y de esta forma sentirse bien.

La inteligencia emocional es el modo de canalizar los sentimientos, de aprender a transmitir con más efectividad lo que queremos hacer llegar, es saber cuándo podemos interactuar mejor con las personas que nos rodean.

Esta inteligencia debe (como comentamos antes), acompañar a la razón para solventar desde la intuición nuestro desarrollo racional.

Sabemos que la inteligencia racional busca el conocimiento y el desarrollo del intelecto, mientras que la emocional busca el desarrollo de habilidades humanas, es decir, basa su funcionamiento en la vida de relación más que en la función cognitiva.

No hay nada más que decir para darnos cuenta del complemento de las dos facetas humanas que están en juego: la subjetivación racional y la vida de relación con el medio que lo rodea. Y esto es clave: la emoción y la razón son complementarias, nunca una de ellas domina a la otra.

Néstor Braidot
Líderes del Tercer Milenio
(c) Clarín y MERCADO

Sobre el autor

Es uno de los más destacados especialistas en management, marketing y desarrollo de inteligencia gerencial.
Además de su sólida formación académica, reúne en sus antecedentes una aquilatada experiencia en el gerenciamiento y la consultoría de empresas.
Preside Braidot y Asociados Consulting Business Net y el Instituto para la Formación y Estudios Multidisciplinarios Avanzados (IFEMA), ambas organizaciones especializadas en la búsqueda, investigación, desarrollo e implementación de nuevas soluciones para el ámbito empresario.

Más allá de la difusión masiva de estos temas que realizara fundamentalmente Goleman a partir de la publicación de su primer libro, el término inteligencia emocional fue utilizado por primera vez en 1990 por los psicólogos Peter Salovey y John Mayer de las universidades de Harvard y New Hampshire, respectivamente (Lawrence E. Shapiro, La inteligencia emocional en los niños, Javier Vergara Editor).

Partiendo de Salovey, amplía las capacidades emocionales a cinco esferas principales, que se vinculan con las inteligencias personales de Gardner (Howard Gardner, Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples). Estas áreas tienen que ver con: conocer las propias emociones, gestionarlas, automotivarse, reconocer emociones en los demás y cuidar las relaciones, siendo estas las capacidades con las que deberíamos contar para tener inteligencia emocional.

Lo más cautivante del tema es que las podemos desarrollar a través de la comprensión de su dinámica.

Según el Dr. Shapiro, experto en psicoterapia infantil, este cambio puede hacerse modificando la bioquímica de las emociones: “podemos entrenar nuestros cerebros para producir naturalmente serotoninas”. A la pregunta de cómo criar niños felices, productivos y más inteligentes, responde: “la respuesta puede sorprenderlo, tiene que cambiar la forma en que se desarrolla el cerebro de su hijo”.

El cerebro humano tiene plasticidad, especialmente en los primeros años de vida. Se podría decir que en la infancia es parecido a un material moldeable. Y las emociones cumplen un papel muy importante en ello.

Esto no significa que en la madurez no pueda cambiarse evolutivamente la forma de procesar información y ser más inteligentes aprovechando la sinergia emocional. Aunque más difícil, es plenamente posible.

Fisiología de las emociones

En toda actividad mental, sea en forma conciente o no, se involucra la totalidad del cerebro. En la estructura del hipocampo y la amígdala se asienta la actividad emocional, es en la interacción con la corteza cerebral donde “estas estructuras límbicas se ocupan de la mayor parte del aprendizaje y el recuerdo del cerebro”; siendo la amígdala la “especialista en asuntos emocionales”, en realidad es en el funcionamiento de la amígdala y su interjuego con la neocorteza donde está el núcleo de la inteligencia emocional.

¿Por qué la corteza, que es la parte pensante del cerebro, cumple un papel importante en la inteligencia? Porque “la corteza nos permite tener sentimientos sobre nuestros sentimientos, es decir, discernimiento –insight– al analizar por qué sentimos de determinada manera y luego hacer algo al respecto”.

Cualquiera puede ponerse furioso, eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, por el motivo correcto y de la forma correcta, eso no es fácil.
La evolución nos fue separando de los animales al ir formando, a partir del límbico y hacia la corteza, el poder de discernir. A medida que evolucionaba, el sistema límbico refinó dos herramientas poderosas: aprendizaje y memoria.

Esta posibilidad de discernimiento heredada de los animales es a su vez la que nos da la cualidad eminentemente humana: la de crear. Son nuestras la libertad y la responsabilidad de utilizarla y no dejarla atrofiar.

Según el análisis del cerebro trino, la evolución formó a partir de la raíz más primitiva, el tronco cerebral, el cerebro reptiliano y seguidamente el límbico. Millones de años más tarde en la historia de la evolución, a partir de estas áreas emocionales evolucionaron el cerebro pensante y la neocorteza.

El hecho de que el cerebro pensante surgiera del emocional es muy revelador con respecto a la relación que existe entre pensamiento y sentimiento; el cerebro emocional existió mucho tiempo antes que el racional (Daniel Goleman, La inteligencia emocional).
En el mundo de nuestros antecesores en la evolución, no había tiempo para pensar, era imperativo para la supervivencia misma actuar urgentemente, por eso las emociones cumplían su papel primordial.

Luego vinieron épocas de reflexión, teníamos tiempo de planear, el entorno era aparentemente estable y predecíamos el futuro, era la época de la planificación.

Hoy el conocimiento válido es el que impulsa a la acción, otra vez el tiempo es un factor clave para la acción oportuna, tenemos que actuar antes de que la mente racional sola se tome todo el tiempo de planificación tradicional: tenemos que planear un poco menos y volar un poco más.

La acción debe armonizar con el pensamiento, otra vez no tenemos tiempo, y ahora necesitamos decidir acertadamente ante situaciones y peligros para los cuales nuestra mente consciente no está preparada. Es el momento, entonces, de equilibrar ambas mentes: la de la emoción que nos induce a la acción y la del pensamiento que nos lleva a la reflexión consciente, todo ello con la celeridad que el mundo nos demanda.

Después de todo, hay tareas demasiado importantes para dejarlas sólo en manos del intelecto.

Dos caras del mismo sistema

La urgencia hoy es tomar el mando voluntariamente y en forma consciente. Si no lo hacemos así seguirán siendo las emociones las que dirigirán nuestro comportamiento, ya que de hecho lo hacen a nivel inconsciente.

“Debido a que muchos de los centros más elevados del cerebro crecieron a partir de la zona límbica o ampliaron el alcance de esta, el cerebro emocional juega un papel fundamental en la arquitectura nerviosa.

En tanto raíz a partir de la cual creció el cerebro más nuevo, las zonas emocionales están entrelazadas a través de innumerables circuitos que ponen en comunicación todas las partes de la neocorteza. Esto da a los centros emocionales un poder inmenso para influir en el funcionamiento del resto del cerebro […] incluidos sus centros de pensamiento”.

Ellas mandan, en el sentido de que son las que determinan nuestros estados mentales y en consecuencia nuestro comportamiento, de allí la importancia de activar conscientemente la emoción que corresponda al estado de mente adecuado a la circunstancia actual.

Y aquí se pone de manifiesto la importancia de la mente consciente en el sentido de que en última instancia, cual círculo virtuoso, es la que inicia el camino de dirigir la emoción a fin de que ésta, en lugar de limitar, potencie el propio pensamiento racional.

Nosotros podemos ser los capitanes del barco, pero tenemos que tomar la decisión de comandar estos programas, decidiendo el qué. Si no lo hacemos así, si actuamos como tradicionalmente lo venimos haciendo, utilizando racionalmente los procedimientos automáticos aprendidos, como simples máquinas que ejecutan las órdenes que las emociones envían, dejaremos el mando a sus caprichos aunque creamos que lo tenemos nosotros.

Aunque esto nos confunde, es decir que no nos podemos explicar por qué actuamos como lo hacemos en ciertas, a veces muy frecuentes, oportunidades, el tema no pasa por eliminar las emociones o reprimirlas, como se considera tradicionalmente. Ellas nos bloquean paradójicamente sólo si no somos conscientes de su influencia.

El primer paso para dirigir nuestras emociones y no ser controlados por ellas es ser conscientes de su existencia. De allí la necesidad de saber a nivel consciente lo que sucede en el no consciente (en nuestra terminología preferimos referirnos a metaconsciente), esto es, expandir la conciencia.

Muchos procesos mentales no resultan accesibles al conocimiento consciente en ninguna circunstancia. Pensemos en el habla: uno es consciente de lo que dice, pero no de cómo lo dice; se es consciente de las ideas que se quieren expresar, pero no de los procesos que convierten las ideas en palabras. En este sentido, una gran parte del conocimiento sobre cómo hacemos las cosas es metaconsciente (Robert Ornstein, La evolución de la conciencia. Los límites del pensamiento racional).

Invirtamos, pues, esta relación. Establezcamos conscientemente el qué y dejemos que algún automatismo, ya sea interno a nosotros (programas establecidos) o externo (máquinas), se ocupen del cómo, liberando conciencia para nuestro discernimiento a voluntad, es decir para ejercer nuestra libertad, la que nos corresponde por derecho de especie.

Si no tomamos el poder, se cumplirá la relación tradicional expresada de la forma siguiente por Ornstein: “La relación entre los impulsos emocionales y la razón es semejante a la relación que hay entre un empresario y sus abogados. El empresario sabe lo que quiere y contrata a los abogados para que le digan cómo lograrlo. Quizás recurran a arquitectos o ingenieros para ejecutar el plan, aportar los procedimientos indicados y proporcionar otros aspectos racionales del diseño, pero la iniciativa no surge de los abogados ni de los arquitectos, sino del empresario”.

El mismo Ornstein admite la posibilidad de revertir el proceso, tomando el mando: “No estoy afirmando que como el sentimiento viene primero sea infalible, sino que a menudo las influencias desconocidas que afectan nuestra vida son emocionales y operan a través del plano racional con más frecuencia de lo que estamos dispuestos a admitir”.

Contamos con capacidades definidas, un sistema consciente que es selectivo, que recoge las percepciones del medio que nos rodea, y un sistema metaconsciente, que es ilimitado y no está sujeto a los mandatos que nos impone la realidad.

Todos sabemos que no podemos percibir todo lo que tenemos a nuestro alrededor: yo no puedo estar escribiendo y pensando al mismo tiempo en respirar y en controlar si llovizna o no afuera.

Pero el metanconsciente sí lo hace, y al igual que nuestras emociones, guarda registro de todo lo que pasa y lo deja a disposición del consciente, en el momento en que la realidad lo exija. Lamentablemente hay momentos en nuestra realidad (y sobre todo en estos tiempos de cambio acelerado) en los no hay tiempo de pensar las decisiones, y es por eso que las emociones, en especial la intuición, toman un valor preponderante a la hora en que verdaderamente se ponen en juego, y adquiere un plus el individuo que logra que jueguen a su favor.

Precisiones

Inteligencia emocional no es simplemente el hecho de cultivar la empatía para tratar de caer bien a la gente que nos rodea. Tampoco es una especie de terapia, por la cual uno hace uso libre de sus emociones para liberarlas y de esta forma sentirse bien.

La inteligencia emocional es el modo de canalizar los sentimientos, de aprender a transmitir con más efectividad lo que queremos hacer llegar, es saber cuándo podemos interactuar mejor con las personas que nos rodean.

Esta inteligencia debe (como comentamos antes), acompañar a la razón para solventar desde la intuición nuestro desarrollo racional.

Sabemos que la inteligencia racional busca el conocimiento y el desarrollo del intelecto, mientras que la emocional busca el desarrollo de habilidades humanas, es decir, basa su funcionamiento en la vida de relación más que en la función cognitiva.

No hay nada más que decir para darnos cuenta del complemento de las dos facetas humanas que están en juego: la subjetivación racional y la vida de relación con el medio que lo rodea. Y esto es clave: la emoción y la razón son complementarias, nunca una de ellas domina a la otra.

Néstor Braidot
Líderes del Tercer Milenio
(c) Clarín y MERCADO

Sobre el autor

Es uno de los más destacados especialistas en management, marketing y desarrollo de inteligencia gerencial.
Además de su sólida formación académica, reúne en sus antecedentes una aquilatada experiencia en el gerenciamiento y la consultoría de empresas.
Preside Braidot y Asociados Consulting Business Net y el Instituto para la Formación y Estudios Multidisciplinarios Avanzados (IFEMA), ambas organizaciones especializadas en la búsqueda, investigación, desarrollo e implementación de nuevas soluciones para el ámbito empresario.

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