La cacerola: un objeto que amplió sus usos

Los productos se fabrican con un fin determinado. Pero de pronto, con un cambio de viento, pueden demostrar que son igualmente útiles para realizar funciones inesperadas. Ejemplo: la cacerola en la Argentina.

17 junio, 2002

La cacerola tenía, hasta hace muy poco tiempo en nuestro país, una pacífica función en el ámbito de la cocina. Era un instrumento netamente culinario. Pero un día — cuando el pueblo argentino iba cargándose de frustración y de furia ante gobiernos que no oían, ni veían, ni respondían – alguien tuvo la idea de usarla para hacer ruido.

Y la cacerola, combinada con algún cucharón o palo de amasar, hizo ruido. Y así fue como la cacerola se transformó, de instrumento de cocina en instrumento de protesta.

La gente salió a la calle de a millares y las cacerolas hicieron un ruido tal que atravesaron las paredes de la casa de gobierno y del palacio del congreso y los representantes del pueblo, elegidos por el pueblo, no pudieron seguir haciendo oídos sordos.

Pero en las calles de la protesta alguien se dio cuenta de que la cacerola era buena también para hacer ritmo. Bien tocada resultaba un económico instrumento de percusión. Hoy, en la calle Florida y en varias plazas y paseos de la capital, han aparecido grupos “caceroleros” que no son de protesta sino de música. En la Argentina pobre las cacerolas reemplazan a las baterías, a los tambores y a los timbales.

Es probable que – hasta que este país pueda respirar otra vez aires de tranquilidad, de crecimiento y prosperidad– muchos otros objetos corran la misma suerte de la cacerola y, con ayuda de la imaginación humana, demuestren su utilidad para usos que sus fabricantes nunca imaginaron.

La cacerola tenía, hasta hace muy poco tiempo en nuestro país, una pacífica función en el ámbito de la cocina. Era un instrumento netamente culinario. Pero un día — cuando el pueblo argentino iba cargándose de frustración y de furia ante gobiernos que no oían, ni veían, ni respondían – alguien tuvo la idea de usarla para hacer ruido.

Y la cacerola, combinada con algún cucharón o palo de amasar, hizo ruido. Y así fue como la cacerola se transformó, de instrumento de cocina en instrumento de protesta.

La gente salió a la calle de a millares y las cacerolas hicieron un ruido tal que atravesaron las paredes de la casa de gobierno y del palacio del congreso y los representantes del pueblo, elegidos por el pueblo, no pudieron seguir haciendo oídos sordos.

Pero en las calles de la protesta alguien se dio cuenta de que la cacerola era buena también para hacer ritmo. Bien tocada resultaba un económico instrumento de percusión. Hoy, en la calle Florida y en varias plazas y paseos de la capital, han aparecido grupos “caceroleros” que no son de protesta sino de música. En la Argentina pobre las cacerolas reemplazan a las baterías, a los tambores y a los timbales.

Es probable que – hasta que este país pueda respirar otra vez aires de tranquilidad, de crecimiento y prosperidad– muchos otros objetos corran la misma suerte de la cacerola y, con ayuda de la imaginación humana, demuestren su utilidad para usos que sus fabricantes nunca imaginaron.

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