Esta crisis evidencia instituciones mundiales pasadas de sazón
Son clubes que debaten problemas ajenos. Verbigracia, el Grupo de los 8 suele encarar la economía del orbe. Pero ¿qué saben de materias primas que salvo Rusia- no exportan? Así se preguntaba el Economist. Hoy, se juegan rescates.
27 octubre, 2008
Saudiarabia, segundo productor de hidrocarburos, no esta en el G-8. En lo tocante a inestabilidad del dólar, malas hipotecas o crisis crediticia, brillan por ausencia China, Taiwán y Surcorea, máximos tenedores –salvo Japón- de deuda externa norteamericana. En cuanto al efecto invernadero o la inflación, no había nadie del mundo en desarrollo. En cambio, la ignorancia activa y los burócratas bien pagados abundaban.
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<p>El G-8, apunta el semanario conservador, no el único club que rezuma impotencia. El consejo de seguridad de Naciones Unidas se ha cansado de exigirle a Irán dejar de enriquecer uranio, sin el menor efecto, igual que sus pálidas sanciones. El Fondo Monetario Internacional, bombero en tantas crisis financieras –hasta sus graves errores en la internacional de 1997/8 y la argentina de 1998/2001-, es sólo espectador de la doble crisis desatadas hace casi quince meses y aún en marcha. </p>
<p>El colapso de la ronda Dohá, tras siete años de agonía, pone en evidencia la escasa utilidad de la Organización Mundial de Comercio. Otro círculo de técnicos y burócratas, uno de cuyos sueldos alimentaría años a cualquier familia de Bangladesh. </p>
<p>Por supuesto, el venerable Banco de Ajustes Internacionales (Basilea) y otros cumplen algunas funciones útiles. Pero, mientras proliferan problemas mundiales –hoy se habla de un Bretton Woods II- y las informaciones dan vuelta al globo en instantes, las respuestas orgánicas parecen cada día más lentas, torpes o débiles. Sin duda, urgen reformas a los mecanismos y cuerpos de gobernabilidad. Sin embargo, durante mucho tiempo han abundado pretextos para no promoverlas. </p>
<p>Hace menos de diez años, a la sazón, los neoconservadores –especialmente en EE.UU.-, mesmerizados por una efímera “unipolaridad”, sostenían que Washington podía manejar el mundo como superpotencia única. Poco antes, los fundamentalistas de internet creían que ya no contaba la economía física (“mortar & bricks”). El desinfle de la burbuja puntocom los dejó en el aire. Más tarde, China, India, el renacimiento de Rusia y el pantano iraquí se encargaron de la superpotencia única. A mediados de los 90, las guerras balcánicas demostraron que la Unión Europea tampoco era alternativa “sine qua non”. </p>
<p>Ahora muchos quisieran empezar de nuevo. Un poco ingenuo, el candidato presidencial republicano JohnMcCain ha propuesto una “liga de democracias”, sin advertir cuán pocos miembros tendría. En Asia oriental y meridional hablan de una entidad capaz de rivalizar con la Unión Europea, sin notar que dos democracias en serio como Australia y Nueva Zelanda no figuran. </p>
<p>Mientras tanto, muchos pensadores norteamericanos y británicos quisieran desechar varias organizaciones. Verbigracia, el desarrollo económico de los países periféricos marcharía mejor sin el Banco Mundial. En otro plano, ¿para qué sirve un consejo de seguridad dividido e impotente? ¿o una OTAN hipertrofiada? ¿o un G-8 alternativamente más chico o más grande? </p>